Día 2.Algeciras-Tánger(2ªParte) Viaje a Marruecos. Agosto 1997

Tànger, menuda ciudad...

Nos encontramos con Jose & Co.Una vez quedamos con Jose nos vinimos a la consigna que para entonces ya estaba abierta. Problema: las bolsas tenían que estar completamente cerradas o si no la gente de la consigna no se hacía responsable de ellas. Total que busca unas bolsas de plástico para la mochilas. Pululando por la consigna se encontraba un elemento que se diría que era funcionario, pues llevaba una gorra de plato que le daba un cierto aire de confianza. Y ahora viene la primera gran experiencia. Cuando creíamos que nos habíamos librado de los lobos llegó él. Vino con la piel de cordero, con intención de ayudar, pero evidentemente no ayudan gratuitamente, lo tienen como un trabajo, ellos te facilitan algo y ponen la mano para que se la llenes con algo. En este caso Carles y David siguieron sus pasos hasta una tienda en la que les cobraron 30Dh (450Pts) por cuatro bolsas de plástico y un rollo de celo. Teníamos la idea de que nos habían timado. El hombre se puso a ayudarnos, sin que nos dejase hacer nada, apoderándose de las bolsas como del celofán, y haciendo todo el trabajo, mientras nosotros intentábamos recuperar lo que habíamos comprado. Una vez hubimos acabado, o mejor hubo acabado, puso la mano. Las propinas oficiales son de unos 5Dh, y en un acto de ingente generosidad, y de tremendo agradecimiento le di el doble. Dijo: ¡No, gracias!, con cara de sentirse ofendido por la "miseria" que le ofrecíamos. ¡Me pedía más! Nosotros no le habíamos pedido ayuda, nos había obligado a seguirle el juego. Había hecho el trabajo que nos correspondía, sin dejarnos hacer nada, y encima exigía. Con una rabia tremenda hurgué en el fondo común hasta sacar otros 10Dh más: 30Dh de las bolsas más 20Dh de propina, 50Dh, cuando la consigna valía 6Dh. Ya habíamos recibido la primera en la frente. Evidentemente no nos íbamos a librar. En Marruecos todo el mundo pilla, más o menos, pero todo el mundo pilla.

Al cabo de un momento Jose aparece en un "grand taxi" Mercedes. La alegría es tremenda. Aparte del hecho lógico que nos veíamos en un lugar no habitual y en unas circunstancias especiales, el hecho es que ya no estábamos solos, éramos más, éramos ocho, y ellos ya llevaban varios días allí. ¡Qué bien! Jose, en su línea, nos empezó a contar que todo estaba controlado, que con pocas palabras te hacías entender, que estaban tratándolos a cuerpo de rey, que comían bueno, bonito y barato, que tenían guías profesionales y que estaban totalmente integrados. Nosotros lo único que teníamos era la pena de sentirnos objeto de un timo, de sabernos timados y maltratados, de sabernos acosados por los "amigos". Pesimismo total frente a la alegría de estos que ya estaban allí y que estaban plenamente integrados. Menos mal que nos apuntamos a su bando, y en un momento las penas parecieron desvanecerse, diluirse. En breves momentos, ya nos sentíamos arropados por los "veteranos", aquellos que llevaban ya dos días en aquella jungla y que daban muestras de seguir de pie y sin un rasguño. Teníamos que aprender de ellos.

Nos fuimos a su refugio. Caminando sin miedo por aquella ciudad en que todo el mundo te vendía algo, y en la cual no nos hubiéramos atrevido a poner un pie por miedo a que alguien se nos lo llevase, nos dirigimos a un bar bastante europeo donde comimos algo. Lo cierto es que mejor no mentarlo, pues la comida no era precisamente típica, cosa que realmente no me hizo gracia, y tampoco la poca abundancia. Pero el rato pasó alegre y contento contándonos cosas sobre nuestras comunes experiencias en el país. Ellos llevaban la voz cantante, pues ya eran veteranos, llevaban dos días más que nosotros.

De allí nos fuimos a su casa. Estaba relativamente cerca de la estación, a apenas 10 minutos, pero que por la mañana hubieran parecido siglos. Era un piso en una escalera estrechita, el piso era pequeño, aunque tenía varias estancias: una cocina con un cuartito de baño (¡tremendo!), una habitación cerrada, otra llena de trastos don de dormía Jose, y una especie de salón donde pasamos un rato. El salón estaba empapelado con un papel tipo años sesenta españoles, y tenía una mesa baja en el centro y alrededor asientos, como un sofá sin apoyabrazos ni respaldo. Realmente era un sitio encantador. Todo el mundo podía ver a todo el mundo y se podía mantener una conversación perfectamente sin miedo a que alguien pudiera quedarse a parte. Fue allí donde probamos unas tortas, que realmente estaban buenas, pero que sólo eran como una hoja de papel con azúcar. Pasamos un buen rato contándonos historias hasta que llegó la hora de irse a buscar a más catalanes que venían a Tánger.

Ahora sí, sin complejos nos lanzamos a la calle. Ya estábamos plenamente integrados en el sistema, no sentíamos miedo del millón de personajes que acechaban a cada paso. Estábamos como en casa. Llegamos a la estación y mientras resolvíamos el problema del equipaje de los recién llegados, se lo llevaron a casa de Jose como debíamos haber hecho nosotros, nos quedamos a probar un té a la menta. ¡Qué rico! El té tiene su ritual, un ritual que cuando te lo explican lo entiendes perfectamente, pero el camarero del bar no era el tipo idóneo. Lo que si sorprende es el hecho de que en los bares te coloquen un ramito de menta o hierbabuena en el vaso. Curioso. Por lo demás está buenísimo. Divino diría.

Fue ese en el momento en que apareció Mohamed y su fiel amigo Rachid. Realmente eran una pareja pintoresca. Mohamed es un buen mozo de metro setenta, un poco menos, guapo y con una sonrisa Profidén que ilumina toda la calle. Siempre lo veía riendo, controlando la situación y riendo. Rachid, su fiel amigo, apenas entendía una palabra de castellano, e iba perdido, pero tenía una misión: era el guardián. Cuando llegaron ambos nos saludaron cada uno a su manera. Mohamed, que vive en Barcelona, a la manera europea, encajando la mano de los hombres y besando a las mujeres. Rachid, árabe utilizó uno de los saludos que tienen: beso en una mejilla y dos besos en la otra. A lo largo del viaje vimos otros saludos, como el que hacen algunos hombres que una vez te dan a mano, se llevan la suya al corazón, o las mujeres, que una vez te dan la mano se besan la suya. Saludos, y más saludos. Era cuestión de allá donde estuvieres haz lo que vieres, y sobre todo no hay que sorprenderse por nada. Naturalidad.

Ya estaban de vuelta nuestros nuevos amigos cuando decidimos encaminar nuestros pies hacia el Zoco de Tánger. Mohamed y Rachid guiaban sabiamente nuestros pasos y no teníamos miedo de ir por ninguna parte, simplemente nos dedicamos a disfrutar de la experiencia. En un zoco hay como un millón de olores, colores y sabores distintos, y todos juntos pero no revueltos. Subiendo por una calle te puedes encontrar con un puesto que vende pescado con la mercancía expuesta sobre una caja de madera en el suelo y una nube de moscas sobrevolándola. Al lado un puestecillo donde están sirviendo unos choricillos cuyo olor impregna ese pedazo de calle, un paso más y la fritanga se convierte en un fuerte olor a mil especias diferentes. Increíble. Gozoso, y a la vez desagradable, sólo depende del trozo de calle donde te encuentres en ese momento.

Seguimos caminando hacia la parte de las ropas y tejidos, pues había gente que quería comprarse una chilaba. Sin problemas, el guía nos llevaría donde quisiéramos. Y así fue, la chica se probó una chilaba y Mohamed pactó el precio con el vendedor. Sin problemas. Mientras yo intentaba torpemente aprender un poco de la lengua local con otro de los dependientes, que muy amable y ¡oh milagro! sin cobrarme un dirham me dio una pequeña clase. Ya teníamos chilaba y seguíamos viendo otras tiendas. Unas las veíamos por gusto, pero en otras te obligaban a entrar cogiéndonos del brazo. Desagradable costumbre que deberían cambiar. Quizá les funcione en su cultura, y tendremos que cambiar nuestro cerebro para poder regresar de nuevo.

Chilabas, babuchas, alfombras, dagas, joyas, chocolate, especias, y vuelta otra vez, era continuo, todo el rato la misma historia. Las tiendas eran todas semejantes, con los mismos productos, o quizá nos lo parecía a nosotros, pues ya estábamos hartos un poco de tanto bombardeo de sensaciones distintas. Demasiadas quizá para un sólo día. Pero todavía quedaban. Marruecos te guarda siempre una sorpresa para cuando no te lo esperas. Es un mundo vivo y cambiante, no como la fría y calculada Europa, donde todo lo ves venir inexorablemente.

Caminando, caminando por el zoco y ya saliendo hacia la estación de trenes ocurrió algo curioso. Nuestros nuevos amigos se disponían a hacer una foto, y de hecho la hicieron, con tan mala fortuna que había dos compinches pasándose una piedra dentro del encuadre del fotógrafo. El flash le delató, y los interfectos empezaron a vociferar algo en contra de nuestro compañero, y a hacer aspavientos de manera ostensible. Hubo un momento de confusión, pero allí llegó Mohamed, y como si de un salvador justiciero se tratara, sacó la mejor de sus sonrisas, y acompañado de su fiel amigo Rachid, salió a desfacer el entuerto. Pocos momentos tardó en sofocar la explosión de cólera de los ofendidos, y regresando con un trozo del objeto de tal crispación por parte de los camellos: una piedra de hachís, de la cual me hizo entrega para posterior uso y disfrute. La leyenda no aclara qué hizo, dijo o pagó Mohamed a los ofendidos camellos, pero lo que sí puedo jurar es que los interfectos nos despidieron con gritos de: "¡Buena gente, buena gente! ¡No pasa nada!". Increíble, pero recordad que estamos en otro mundo, que esto no es la vieja Europa.

El camino hacia la estación no tuvo mayores contratiempos, y llegamos plácidamente hasta la plaza, no sin antes comentar como cotorras el milagro puesto ante nuestros ojos, porque de no ser por nuestro hidalgo, seguro que no salimos tan contentos. Fue el mismo el que nos proporcionó los papelillos necesarios, y el que nos indicó donde sería el mejor sitio para comprar pan de cara al viaje de esa misma noche.

Al caer en la plaza se nos ponía en evidencia otro de los "espectáculos" de Tánger, los niños de la calle. Estos se te acercaban con su diez u once años pidiéndote algunos dirhams, tabaco, etc... y ofreciéndote chocolate. Mohamed de una manera suave pero enérgica, y Rachid de una manera una tanto más contundente se encargaron de que nuestro camino estuviera franco. Mohamed nos dijo que nadie hace nada por estos niños de la calle, y que más que vivir en la calle sobreviven en ella, no hay lugares como aquí en España para estos chavalines, que son carne de cañón en breve tiempo, o carne de presidio.

Esperando el tren en la estación de TángerLlegamos a la estación y llegó la despedida. Saludos más o menos diferentes nos intercambiamos y cada uno siguió su camino. Volvíamos a estar los cuatro juntos, y solos, pues la manta que nos cubría se había ido, y estábamos un poco desprotegidos, aunque con la lección de que debes ser tu más listo que ellos o te la darán. Aprendida no estaba del todo la lección.

Esperamos hasta las 22:00h en que la avalancha de gente hacia las puertas de la estación nos indicaba que debíamos coger nuestras aún pesadas mochilas y dirigirnos hacia nuestro compartimento. Teníamos una habitación de cuatro camas para nosotros solos, aunque Mohamed nos había sembrado la duda sobre si realmente había o no camas en el tren. Vaya que si las había.Entrando en el tren en primera clase.

Allí nos encontramos con tres sevillanas que, armadas de valor y echándole coraje a la vida, se dirigían a Marrakech. Llevaban algún día en Tánger, y tenían la misma experiencia que nosotros: agobio. En Marrakech, comentaban que la sensación sería aún más abrumadora. Temíamos lo peor, pero también teníamos una misión, y por lo bajini creíamos que la misión nos ayudaría en nuestra estancia en Marrakech.

Cenamos en la habitación, queso y fuet y alguna cosilla más, y después estuvimos comentando la jugada con las tres sevillanas, con un tipo alto de Lleida y su guapísima novia italiana. Y después de un purito, viendo la vía del tren por la noche, y dándonos cuenta de cuán grande era Tánger nos fuimos a dormir hasta la mañana siguiente. Destino: Marrakech.