Día 3.Tánger-Marrakech(1ªParte) Viaje a Marruecos. Agosto 1997

Llegamos a Marrakech

Pronto por la mañana la luz nos despierta. De repente se me ocurre que dado que estamos llegando a Marrakech, tenemos que estar a punto de ver las montañas del Atlas, nuestro objetivo. Bien pues salto de la cama y desengaño, solo hay un páramo. Un paisaje árido y seco, pero ni una montañita. Vaya. Además nos enteramos de que todavía queda bastante hasta Marrakech. Y el calor empieza a hacer su aparición, y es pronto por la mañana. Cómo será a las tres... . Mientras nos hacemos la mochila otra vez, los viajeros se van levantando tranquilamente. Poco a poco.

En un momento dado empezamos a ver un gran palmeral, es la señal de que estamos llegando. En las guías lo indican, antes de llegar a Marrakech es uno de los espectáculos que se pueden contemplar.

Llegando a la estación de MarrakechYa en la estación, y después de las inevitables fotos, nos preparamos psicológicamente para entrar en acción: regatear con los taxistas. Nuestro objetivo en Marrakech era ir a casa de unos amigos de Emilio, un compañero de trabajo. Éste me había dado una serie de fotos, una carta y un regalo para esta familia, que en Semana Santa, cuando éste había bajado a Marruecos les había acogido tan bien. El objetivo era claro, tenía una dirección e instrucciones precisas de cómo llegar hasta allí. Vamos a por ellos.

Más bien vinieron a por nosotros. Un taxista enorme se nos dirigió en francés: "Taxi." Yo le enseñé la dirección, y de camino al taxi le hice la pregunta clave: "C'est combien?" Muy amablemente me dijo: "Soixante." Vamos anda, cómo me podía pedir esa barbaridad, le dije que ni hablar, porque sabía que por unos veinte nos podían llevar. Éste estaba dispuesto a sablear a cualquier incauto, por lo que se negó a llevarnos. No había problema, podíamos esperar. Otros se acercaron a nosotros, y uno de ellos aceptó el precio. Perfecto, casi sin discutir. Bien, nos pusimos en marcha. No tardamos en disfrutar de uno de los espectáculos que ofrece Marruecos: el tráfico.

Por mucho que se pueda decir, explicar, contar o narrar, no os lo podéis imaginar. Simplemente hay que vivirlo, it's awesome. Increíble. Para empezar, las calles son de doble sentido, pero no hay líneas en el suelo. No hay problema. ¿Cómo adelantar? Por donde se pueda. ¿Normas? ¿Para qué? Lo importante es no chocar, el resto es a voluntad del sujeto que con mayor o menor habilidad conduce el taxi, coche, autobús, bici o simplemente pasea. Es como un inmenso caos, pero con un cierto orden dentro de él. ¿Quién tiene preferencia en un cruce? El primero que llega y mete el morro del coche. Simple y eficaz. Y se respeta. Si algún día paráis por allí, disfrutad del espectáculo. No os lo perdáis. Las atracciones del Port Aventura dejaran de tener sentido una vez vivida esta tremenda experiencia.

Nos habíamos quedado con el taxista, que con precisión milimétrica y haciendo caso omiso de unas luces llamadas semáforos, nos conducía, sin inmutarse, por las callejas estrechas y atiborradas de personal hacia nuestro destino. Y llegamos a una plaza que más o menos coincidía con lo que Emilio me había descrito. Bajó a preguntar no se qué y se metió en el coche de nuevo. Estaba un poco más allá. Condujo un poco hasta que un motorista en Mobilette se cruzó en nuestro camino. Fue en la famosa "Curva de la Muerte". Esta vez no estuvo justificado el nombre, pero por bien poco. Tras una breve discusión, normalmente son interminables, anduvo un poco y paró el coche. Estábamos en nuestro destino. Bajamos rápidamente las bolsas y le dimos 25Dh, 20Dh del trayecto y cinco de propina. El taxista decía que no había bastante, que habíamos quedado en treinta. Maldita sea, otra vez con lo mismo. Empezábamos a estar hartos. No teníamos ganas de discutir, y más estando en un sitio tan poco favorable para nuestros intereses, pues no sabíamos exactamente donde estábamos. Se suponía que nos había llevado a donde decíamos. Pagamos y callamos. Preguntamos en inglés a un transeúnte y nos indicó el camino hacia la Zaouia de Sidi Ben Sliman. Una vez allí debíamos ir hasta el Derb Sidi. Preguntamos a alguna gente donde estaba esa calle y no logramos nada, había un problema: la dirección no era completa. Faltaba algo. Alarma. ¿Qué hacer? Preguntar por los españoles, como nos había dicho Emilio. Esto abrió la luz a alguno de los que estaban por allí. Tenían una pinta un tanto sospechosa, pero hay veces que te tienes que tirar al vacío. Nos tiramos. Les seguimos por unas callejuelas estrechas y oscuras como me había comentado Emilio, y llegamos a un lugar oscuro donde la gente que vivía allí no nos supo dar información de dónde estaba la familia Zoubidi. Teníamos que enseñar unas fotos, seguro que funcionaría. Efectivamente, las fotos son útiles, las enseñamos y enseguida señalaron hacia una casa un poco más adelante. Supongo que el resto de integrantes del grupo pensaron cualquier cosa cuando nos metíamos por aquellos andurriales, pero yo sabía que iba a ser de esa manera, estaba avisado.

En casa de los Zoubidi Llegamos a una puertecilla y unos niños nos abrieron, y al oírnos hablar en castellano, nos contestaron en nuestro idioma. ¡Salvados! Evidentemente nuestros guías no se querían ir de vacío y nos pidieron un cigarro. Cuando saqué el paquete, éste voló, y el otro se llevó un mechero. Al cambio unos 20Dh. Realmente, mis propinas son generosas, era la segunda de 20Dh y sólo llevaba dos días. Pero qué, estábamos en el sitio que queríamos.

Los niños nos hicieron pasar al interior de la casa, y allí sólo había niños, y una mujer mayor. El resto estaba durmiendo. La mujer nos saludó en castellano, dándonos la mano. El espectáculo estaba ante nuestros sorprendidos ojos: estábamos en lo más parecido a un patio andaluz. Precioso, con las habitaciones de la casa dispuestas alrededor del patio, y con varios pisos, como tres, y rematado por una enorme y bonita terraza. Increíble. Estábamos alucinados.

Enseguida explicamos cuál era el motivo de nuestra visita, al tiempo que los habitantes de la casa se iban despertando y nos iban saludando: Mohamed, Nauel, Zoubida, Hind, Mocktar, Bilal, Marion,... Con una amabilidad y cortesía inimaginables nos hicieron sentar en una manta donde estaban todos y nos preparamos para desayunar. No hacía dos minutos que estábamos allí y ya estábamos sentados en su mesa. Fuimos repartiendo las fotos a cada uno de los presentes, y un regalo para ellos, una agenda(?). Y llegó la hora de comer, bueno, de desayunar. Un detalle del patio de la casa de los Zoubidi

Nosotros estábamos un poco a la expectativa, pues lo que teníamos delante era un trozo de pan integral, una bandeja con confitura de fresa, y otra con aceite de oliva, y no sabíamos cómo hacerlo. Nos dijeron que empezásemos, y nosotros contestamos que estábamos esperándoles a ver cómo los hacían para hacer lo propio. Captaron rápidamente y muy amablemente nos lo explicaron. Risas y más risas. Con Mohamed había que hablar en francés, y era un poco más durillo, porque de francés no tengo ni idea, pero se hizo lo que se pudo. El té es un auténtico ritual, y en esa familia no faltaba. Té a todas horas, y realmente está buenísimo, exquisito.

Por la plaza Jemaa el Fnaa El desayuno transcurrió durante un buen rato, y mientras comentamos que queríamos ir a buscar un hotel bueno, bonito y barato, y ellos nos ofrecieron su casa por aquella noche. Perfecto, no dudamos ni un momento en aceptar su oferta. Sacamos nuestras guías y empezamos a comentar un poco sobre nuestro viaje, lo que queríamos hacer y lo que queríamos ver. Ellos nos iban diciendo que era lo mejor y lo que nos podíamos saltar sin problema. Poco a poco fuimos haciendo un Plan Marrakech, que iba a comenzar con una visita al zoco de la ciudad. Nuestros guías: los niños.

Empezamos a dar vueltas por todo el zoco hasta llegar a la plaza. En este caso el zoco era mayor que el de Tánger, pero todo hay que decirlo, no era tan impresionante a nivel de olores. Eso sí, había de todo, o creo que de todo. Un hombre con tres patos cabeza abajo iba vendiendo su mercancía, otros reparaban motos, otros hacían vestidos de mujer,.... De todo. Y caminando, caminando llegamos a la plaza Jemaa el Fnaa, tan grande como impronunciable es su nombre. El sol de justicia en nuestras cabezas iluminaba todo el espectáculo que se desarrollaba en la plaza. El encantador de serpientes, la batería de exprimidores de naranjas, los aguadores, los adivinadores, los que apuestan en una pelea de niños de no más de diez años, los que vendían gorros, las mozas que te hacían tatuajes con gena,.... Mil personajes diferentes y todos pululando en la misma plaza.