Pronto por la
mañana la luz nos despierta. De repente se me
ocurre que dado que estamos llegando a Marrakech,
tenemos que estar a punto de ver las montañas
del Atlas, nuestro objetivo.
Bien pues salto de la cama y desengaño, solo hay
un páramo. Un paisaje árido y seco, pero ni una
montañita. Vaya. Además nos enteramos de que
todavía queda bastante hasta Marrakech.
Y el calor empieza a hacer su aparición, y es
pronto por la mañana. Cómo será a las tres...
. Mientras nos hacemos la mochila otra vez, los
viajeros se van levantando tranquilamente. Poco a
poco. En un
momento dado empezamos a ver un gran palmeral, es
la señal de que estamos llegando. En las guías
lo indican, antes de llegar a Marrakech es uno de
los espectáculos que se pueden contemplar.
Ya
en la estación, y después de las inevitables
fotos, nos preparamos psicológicamente para
entrar en acción: regatear con los taxistas.
Nuestro objetivo en Marrakech
era ir a casa de unos amigos de Emilio,
un compañero de trabajo. Éste me había dado
una serie de fotos, una carta y un regalo para
esta familia, que en Semana Santa, cuando éste
había bajado a Marruecos les
había acogido tan bien. El objetivo era claro,
tenía una dirección e instrucciones precisas de
cómo llegar hasta allí. Vamos a por ellos.
Más bien vinieron
a por nosotros. Un taxista enorme se nos dirigió
en francés: "Taxi." Yo le enseñé la
dirección, y de camino al taxi le hice la
pregunta clave: "C'est combien?" Muy
amablemente me dijo: "Soixante." Vamos
anda, cómo me podía pedir esa barbaridad, le
dije que ni hablar, porque sabía que por unos
veinte nos podían llevar. Éste estaba dispuesto
a sablear a cualquier incauto, por lo que se
negó a llevarnos. No había problema, podíamos
esperar. Otros se acercaron a nosotros, y uno de
ellos aceptó el precio. Perfecto, casi sin
discutir. Bien, nos pusimos en marcha. No
tardamos en disfrutar de uno de los espectáculos
que ofrece Marruecos: el tráfico.
Por mucho que se
pueda decir, explicar, contar o narrar, no os lo
podéis imaginar. Simplemente hay que vivirlo,
it's awesome. Increíble. Para empezar, las
calles son de doble sentido, pero no hay líneas
en el suelo. No hay problema. ¿Cómo adelantar?
Por donde se pueda. ¿Normas? ¿Para qué? Lo
importante es no chocar, el resto es a voluntad
del sujeto que con mayor o menor habilidad
conduce el taxi, coche, autobús, bici o
simplemente pasea. Es como un inmenso caos, pero
con un cierto orden dentro de él. ¿Quién tiene
preferencia en un cruce? El primero que llega y
mete el morro del coche. Simple y eficaz. Y se
respeta. Si algún día paráis por allí,
disfrutad del espectáculo. No os lo perdáis.
Las atracciones del Port Aventura dejaran de
tener sentido una vez vivida esta tremenda
experiencia.
Nos habíamos
quedado con el taxista, que con precisión
milimétrica y haciendo caso omiso de unas luces
llamadas semáforos, nos conducía, sin
inmutarse, por las callejas estrechas y
atiborradas de personal hacia nuestro destino. Y
llegamos a una plaza que más o menos coincidía
con lo que Emilio me había descrito. Bajó a
preguntar no se qué y se metió en el coche de
nuevo. Estaba un poco más allá. Condujo un poco
hasta que un motorista en Mobilette se cruzó en
nuestro camino. Fue en la famosa "Curva de
la Muerte". Esta vez no estuvo justificado
el nombre, pero por bien poco. Tras una breve
discusión, normalmente son interminables, anduvo
un poco y paró el coche. Estábamos en nuestro
destino. Bajamos rápidamente las bolsas y le
dimos 25Dh, 20Dh del trayecto y cinco de propina.
El taxista decía que no había bastante, que
habíamos quedado en treinta. Maldita sea, otra
vez con lo mismo. Empezábamos a estar hartos. No
teníamos ganas de discutir, y más estando en un
sitio tan poco favorable para nuestros intereses,
pues no sabíamos exactamente donde estábamos.
Se suponía que nos había llevado a donde
decíamos. Pagamos y callamos. Preguntamos en
inglés a un transeúnte y nos indicó el camino
hacia la Zaouia de Sidi Ben Sliman.
Una vez allí debíamos ir hasta el Derb
Sidi. Preguntamos a alguna gente donde
estaba esa calle y no logramos nada, había un
problema: la dirección no era completa. Faltaba
algo. Alarma. ¿Qué hacer? Preguntar por los
españoles, como nos había dicho Emilio. Esto
abrió la luz a alguno de los que estaban por
allí. Tenían una pinta un tanto sospechosa,
pero hay veces que te tienes que tirar al vacío.
Nos tiramos. Les seguimos por unas callejuelas
estrechas y oscuras como me había comentado
Emilio, y llegamos a un lugar oscuro donde la
gente que vivía allí no nos supo dar
información de dónde estaba la familia Zoubidi.
Teníamos que enseñar unas fotos, seguro que
funcionaría. Efectivamente, las fotos son
útiles, las enseñamos y enseguida señalaron
hacia una casa un poco más adelante. Supongo que
el resto de integrantes del grupo pensaron
cualquier cosa cuando nos metíamos por aquellos
andurriales, pero yo sabía que iba a ser de esa
manera, estaba avisado.
Llegamos a una puertecilla
y unos niños nos abrieron, y al oírnos hablar
en castellano, nos contestaron en nuestro idioma.
¡Salvados! Evidentemente nuestros guías no se
querían ir de vacío y nos pidieron un cigarro.
Cuando saqué el paquete, éste voló, y el otro
se llevó un mechero. Al cambio unos 20Dh.
Realmente, mis propinas son generosas, era la
segunda de 20Dh y sólo llevaba dos días. Pero
qué, estábamos en el sitio que queríamos.
Los niños nos
hicieron pasar al interior de la casa, y allí
sólo había niños, y una mujer mayor. El resto
estaba durmiendo. La mujer nos saludó en
castellano, dándonos la mano. El espectáculo
estaba ante nuestros sorprendidos ojos:
estábamos en lo más parecido a un patio
andaluz. Precioso, con las habitaciones de la
casa dispuestas alrededor del patio, y con varios
pisos, como tres, y rematado por una enorme y
bonita terraza. Increíble. Estábamos
alucinados.
Enseguida
explicamos cuál era el motivo de nuestra visita,
al tiempo que los habitantes de la casa se iban
despertando y nos iban saludando: Mohamed,
Nauel, Zoubida,
Hind, Mocktar, Bilal,
Marion,... Con una amabilidad y
cortesía inimaginables nos hicieron sentar en
una manta donde estaban todos y nos preparamos
para desayunar. No hacía dos minutos que
estábamos allí y ya estábamos sentados en su
mesa. Fuimos repartiendo las fotos a cada uno de
los presentes, y un regalo para ellos, una
agenda(?). Y llegó la hora de comer, bueno, de
desayunar.
Nosotros
estábamos un poco a la expectativa, pues lo que
teníamos delante era un trozo de pan integral,
una bandeja con confitura de fresa, y otra con
aceite de oliva, y no sabíamos cómo hacerlo.
Nos dijeron que empezásemos, y nosotros
contestamos que estábamos esperándoles a ver
cómo los hacían para hacer lo propio. Captaron
rápidamente y muy amablemente nos lo explicaron.
Risas y más risas. Con Mohamed
había que hablar en francés, y era un poco más
durillo, porque de francés no tengo ni idea,
pero se hizo lo que se pudo. El té es un
auténtico ritual, y en esa familia no faltaba.
Té a todas horas, y realmente está buenísimo,
exquisito.
El desayuno transcurrió
durante un buen rato, y mientras comentamos que
queríamos ir a buscar un hotel bueno, bonito y
barato, y ellos nos ofrecieron su casa por
aquella noche. Perfecto, no dudamos ni un momento
en aceptar su oferta. Sacamos nuestras guías y
empezamos a comentar un poco sobre nuestro viaje,
lo que queríamos hacer y lo que queríamos ver.
Ellos nos iban diciendo que era lo mejor y lo que
nos podíamos saltar sin problema. Poco a poco
fuimos haciendo un Plan Marrakech, que iba a
comenzar con una visita al zoco de la ciudad.
Nuestros guías: los niños.
Empezamos a dar
vueltas por todo el zoco hasta llegar a la plaza.
En este caso el zoco era mayor que el de Tánger,
pero todo hay que decirlo, no era tan
impresionante a nivel de olores. Eso sí, había
de todo, o creo que de todo. Un hombre con tres
patos cabeza abajo iba vendiendo su mercancía,
otros reparaban motos, otros hacían vestidos de
mujer,.... De todo. Y caminando, caminando
llegamos a la plaza Jemaa el Fnaa,
tan grande como impronunciable es su nombre. El
sol de justicia en nuestras cabezas iluminaba
todo el espectáculo que se desarrollaba en la
plaza. El encantador de serpientes, la batería
de exprimidores de naranjas, los aguadores, los
adivinadores, los que apuestan en una pelea de
niños de no más de diez años, los que vendían
gorros, las mozas que te hacían tatuajes con
gena,.... Mil personajes diferentes y todos
pululando en la misma plaza.
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