Día 3.Tánger-Marrakech(2ªParte) Viaje a Marruecos. Agosto 1997

Llegamos a Marrakech

Dando un paseo por la plaza Jemaa el Fnaa. A la derecha de Bilal, un dentista.Era el momento de ir a una cabina y decir que estábamos en el corazón de Marruecos y que estábamos vivos. Una vez tranquilizadas nuestras familias emprendimos el camino de regreso. Sabíamos que estábamos invitados a comer, era evidente, y no sabíamos cómo hacerlo, qué hacer en estas ocasiones. Le preguntamos a Hind si estaría bien que llevásemos algo de bebida para todos para la comida. Dijo que sí, que no había problema, con lo cual nos dispusimos a comprar unas botellas de Coca Cola y Fanta, que está mucho mejor que la que se vende en España. Dicho y hecho nos presentamos allí con el líquido del Imperio.

Hasta que se hizo la hora de comer estuvimos charlando con la familia, dando una vuelta por la casa y alrededores, por la terraza y viendo la panorámica que se nos ofrecía desde allí. Marrakech es una ciudad extensa y con edificios bajos. Si paseas por sus calles descubres que hay una ciudad antigua, donde está la medina, y una ciudad completamente europea, que es la parte donde se encuentra la estación de autobuses y la estación de tren. Hay una gran diferencia, y ciertamente, están separadas. Desde la terraza destacaban las torres de las mezquitas desde donde el moacid llama a los fieles a la hora de rezar. Destaca la gran cantidad de parabólicas que adornan los techos de las casas. Destaca en una parte la Koutobia, en fase de restauración. No se ven las montañas del Atlas, y lo que más nos sorprendió: un cementerio al lado de la casa. No llevan a sus muertos, los tienen al lado. Al lado de la casa de los Zoubidi está la Zaouia de Sidi Ben Sliman, que es una especie de mezquita, y al lado de esta construcción se halla tan singular elemento. Los niños nos lo enseñaron con absoluta naturalidad, o sea, que no tenían ningún problema con el tema muertos. Mejor. En la terraza de la casa de los Zoubidi. Se puede apreciar toda la medina de Marrakech.

Era la hora de comer. En el patio caía un sol abrasador, por lo que comimos en una de las habitaciones. Allí las habitaciones son multiuso, para dormir, echar la siesta, dormir, jugar, conversar. Cualquier estancia es válida para todo. Pusieron dos mesas bajas en una habitación estrecha y alargada. En una se pusieron los niños y las mujeres, y en otra nos sentamos los hombres. No tardé en preguntar a Mohamed si eso era la costumbre. Éste me respondió que no era por que fueran mujeres, sino porque los niños son más movidos, y los sientan aparte. No era una costumbre tan extraña, más bien pudimos tener una conversación más interesante, aunque menos, por culpa del idioma.

Los cubiertos no aparecían, ni por supuesto los platos. Vaya otra vez a esperar el cómo comer. Teníamos el correspondiente trozo de pan integral, pero lo que teníamos delante no era la confitura de fresa ni el aceite de oliva, era un enorme plato de carne de vaca con ciruelas. Un auténtico manjar. ¿Cómo nos haríamos para cortar los trozos de carne? Era la gran pregunta. La solución era coger un trozo de pan y partir el trozo de carne con el mismo, y con la valiosa ayuda de uno de los dedos que quedaban libres. Un poco de práctica y ya podemos considerarnos expertos en el arte. Otro aspecto destacable era el saber cuál era la parte que debía comer cada uno. Carles no lo tuvo claro y lanzó la mano armada de un trozo de pan integral hacia el otro lado del plato. No tardó en producirse la respuesta enérgica y amable a la vez: cada uno tenía su sector, todo lo que tenía delante de él. Risas y más risas. Ya lo teníamos claro, y la carne desapareció en pocos minutos, todo envuelto en comentarios graciosos en cuatro lenguas diferentes. Tremendo. El plato era único y después venía el postre: melón con uvas. En un plato enorme había por lo menos un melón entero y un par de racimos de uvas. Para nosotros el melón no estaba mal, pero ellos se quejaban de que estaba un poco malo. Debían estar acostumbrados a mejores frutas.

Hacia el Palacio del Bahía. Después de comer nos decidimos a salir: destino el Palacio de El Bahía. En Marrakech el Petit Taxi que es el que trabaja dentro de la ciudad sólo admite tres pasajeros, nosotros nos dividimos en dos taxis y nos dirigimos al Palacio. Esperamos durante un rato a que hubiera un guía que hablase nuestro idioma. Apareció la versión moruna de una Michael Jackson en su primera época, con perilla y gafas de intelectual. Un personaje amable y culto donde los hubiera, Respondía con inteligencia, amabilidad y múltiples argumentos a la batería de preguntas a la que le sometíamos. Nos estuvo explicando que el Palacio lo construyó un representante del rey en Marrakech, como un gobernador o algo así. La obra duró como unos catorce años, y no es de extrañar, por que es una auténtica obra de arte, una maravilla. Los techos, en forma de barco invertido, están todos tallados y apenas hay un milímetro libre. La visita fue breve, pero intensa, unos veinte minutos, repletos de comentarios fotos y sorpresas. El hombre éste era rico, y tenía aparte de las cuatro esposas "legales", otras veinticuatro concubinas, que disponían de una habitación de invierno y otra de verano. Cada una de ellas tenía los mismos derechos que las otras, así como los hijos de las mismas tenían los mismos derechos que los hijos de las "oficiales". Igualdad, dentro de una historia diferente a la nuestra. La justificación que nos daba el guía de la existencia de las concubinas era económica. Ellas eran hijas de gente pobre, y las familias, al no poderlas mantener, las ofrecían a los hombres ricos para que las cuidasen. El precio lo pagaba la concubina en forma de placeres sexuales, evidentemente, pero todo hay que decir, que al ser tantas tampoco tocaba a mucho: una vez al mes como máximo.

La Menara, a las afueras de MarrakechY dejamos el Bahía para ir a otro palacio que estaba detrás, pero al ser martes ese día estaba cerrado, fallo. Bueno, nos fuimos a La Menara, que está en la parte Oeste de la ciudad, a unos 10Dh de taxi de allí. La Menara es un lago artificial de unos cien metros de lado. No os preguntéis más si nos bañamos o no. El agua era marronosa, no olía mal, pero el color no invitaba. Dimos una vuelta por allí, y nos decidimos a volver a la Plaza de Jemaa el Fnaa, el centro de Marrakech. Tuvimos problemas para encontrar un taxi, porque por el precio que nos habían traído no nos llevaban. Tardamos un ratito, pero lo conseguimos: estábamos en el centro, y preparados para ver otro de los espectáculos que nos ofrece Marrakech, un atardecer en la plaza.

Una tarde en la plaza de Jemaa el FnaaSi hay gente en la plaza durante el día, cuando más aprieta el sol, imagínate por la tarde, cuando el inmenso astro está presto a dejarnos, es cuando resurge la vida en la plaza. Nos dispusimos para el espectáculo en una de las terrazas que rodean la plaza, nos pedimos unas cocacolas y unos tés y fuimos viendo como la plaza empezaba a llenarse de gente cada vez más variopinta, mientras nosotros empezábamos a pensar en la jornada siguiente, en la que empezaba la montaña. En la plaza, además de los típicos "exprimidores de naranja", una gran cantidad de puestecillos que se dedican a hacer zumo de naranja, a eso de las siete empiezan a surgir puestecillos de comida, que ofrecen al transeúnte casi de todo, y seguro que a buen precio, si lo pactas antes de sentarte a comer, sino estás perdido. Malabaristas, aguadores, y gente y más gente empieza a pulular por la plaza, es increíble cuanta gente puede estar allí, andando de un lado para otro.

Cuando empezábamos a sentir un poco de frío nos fuimos a cenar a casa de los Zoubidi. En vez de adentrarnos en el zoco, donde seguramente nos habríamos perdido, nos fuimos bordeando el mismo hasta la casa de Hind. El camino resultó bastante más sencillo, y nos fue realmente fácil de recordar para la siguiente vez. Una vez en casa, cenamos en el patio. Ahora sí que se podía estar allí, ya era noche cerrada. La cena consistía en una sopa de pasta en una especie de salsa de tomate bastante picante. Buenísima, y por supuesto té. El té nos lo subimos a la terraza y allí nos lo tomamos con la "gente joven" de la casa. Los niños estaban ya durmiendo o intentando dormir, mientras los demás estábamos disfrutando de un momento maravilloso. Realmente si alguna vez me imagino el hecho de las Mil y una Noches, me tengo que imaginar aquellas escena. Mohamed rodeado de su mujer, cuñadas y hermanas, explicándose cosas, riendo, y todo dentro de una armonía maravillosa. Disfrutamos aquel momento como algo mágico, increíblemente bello, con las estrellas iluminándonos y el fabuloso té.

No tardamos mucho en irnos a dormir, estábamos cansados y la siguiente jornada era durilla, así que les pedí si me podía quedar a ver las estrellas, si podía dormir en la terraza. Como quisiera. Dicho y hecho, Carles y yo nos quedamos en la terraza. ¡Qué gusto! Ahora que, no las pude disfrutar mucho, pues al cabo de poco rato ya estaba dormido.