JoseLuis

Demasiadas sensaciones fuertes

Alicia haciendo fotos en Cape Cross Alicia haciendo fotos en Cape Cross
Focas en Cape Cross Focas en Cape Cross
El espectáculo es indescriptible El espectáculo es indescriptible
Winston Wreck Winston Wreck
La rueda trasera se nos hundía en la arena La rueda trasera se nos hundía en la arena
Un antiguo pozo petrolífero Un antiguo pozo petrolífero

Hoy iba a ser un día intenso. Nos despertamos y nos fuimos a desayunar, había que coger fuerzas. Nos esperaba una jornada con muchos kilómetros por delante, así que había que aprovechar el momento.

Salimos de la ciudad por la carretera de la costa C34 rumbo Cape Cross. Esta es una reserva de focas que se halla a unos ciento y pico kilómetros de Swakopmund. Así que llenamos el depósito (los dos depósitos del coche: 120 litros...) y sin apenas dinero partimos, pues los cajeros del Standard Bank no nos daban dinero ni con la VISA ni con la Master Card ni con la American Express (el dinero de plástico... no podemos vivir sin él). Suponemos que por problemas con las comunicaciones. Sin embargo los de ATM (muy populares) y los del banco de Windhoek, sin problemas. Ahí queda como dato de logística.

Bien pues sin más historia llegamos a Cape Cross. En esta época la reserva la abren a las 10:00 horas en punto. Pero en punto, puedes poner el reloj en hora: sin exagerar. Después de inscribirnos y pagar la entrada (como en todos los parques y sitios de interés) nos fuimos hacia donde señalaban los indicadores: seals (focas).

Y el espectáculo es indescriptible.

Entre ochenta y cien mil focas se agolpaban en apenas 2 kilómetros de costa, los que pudimos ver. Increible. Increible por la cantidad y por el impresionante olor a orines. Tardas en acostumbrarte, aunque el espectáculo que ves salva cualquier dificultad, incluso la pestilencia.

Tuvimos suerte de llegar en la temporada en que las focas, o una gran parte al menos, había dado a luz, y de veían cantidades ingentes de pequeñuelos y pequeñuelas amamantándose. Las focas que se encontraban allí eran de las llamadas focas orejudas. Se distinguen muy bien las pequeñas orejas. Nosotros pensábamos que eran leones marinos, y no andábamos muy desencaminados, pues en esta variedad se distinguen muy bien los machos de las hembras, pues éstos son más oscuros y tienen una especie de melena, mientras que las hembras son de un color más claro y no tienen esos pelos en la cabeza.

Allí estuvimos un buen rato, como una hora o así, haciendo un montón de fotos a todos lo que se movía: ¡dos carretes de diapos cayeron!

Contentos, felices y flipados por la experiencia, nos encaminamos hacia Skeleton Coast, el parque nacional que íbamos a visitar. La idea era entrar por la puerta sur, cerca de la desembocadura del río Ugab y salir por la Springbok Gate. Al parecer es obligatorio hacer este recorrido, y no puedes pernoctar en el parque, ni acercarte a Torrabai ni a Terrace Bay, al menos en esta época del año.

Pero antes de entrar en Skeleton Coast hay más cosas a ver: los naufragios. Es otro de los espectáculos. La costa del esqueleto recibe su nombre por lo inhóspito de sus costas, por que no hay una alma, y por las dificultades que se han encontrado los marinos desde tiempos inmemoriales. Así hay varios restos de naufragios, que se pueden visitar.

Nosotros fuimos al primero el "Winston", y para llegar a él te tienes que meter en la playa. Craso error! Cuando intentamos salir de allí, pusimos el 4x4 y las ruedas delanteras no funcionaban, así que la rueda trasera se empezó a enterrar más y más hasta que el eje tocó la arena. ¿Chungo? ¡Muy chungo! Yo me puse nervioso, Alicia mantenía la calma, pero yo no sabía cómo sacar el coche de allí. Para el que no crea en ángeles de la guarda, pues que busque otras explicaciones, pero allí había un pescador con el que apenas nos podíamos entender en inglés y que vino a ayudarnos en seguida. Cuando lo vio, dijo algo así como que la cosa está muy malita. Él hombre, experto en esto de conducir por la arena, se puso manos al volante, pero el coche no se podía mover. Estaba enterrándose cada vez más. Por suerte pasó por allí un camión lleno de sudafricanos que vinieron corriendo a echarnos una mano. Veinte personas empujando, no lo conseguimos mover, pero una tuvo la genial idea de traer unas piedras para colocarlas sobre la arena en lugar de palas. Funcionó. Empujamos, el pescador puso el coche a toda máquina y sacó el coche de la playa. Por fín! Él fue el que nos confirmó que el 4x4 no funcionaba, pues las ruedas delanteras no giraban. Malo, malo.

Así que con muchos nervios y un poco excitados después de la experiencia, nos dirigimos hacia la entrada de Skeleton Coast .

Llegamos, pagamos al guarda, que nos puso en el papel explícitamente que no podíamos llegar a Torrabai ni a Terrace Bay, y seguimos rumbo Norte por la costa.

A las dos de la tarde oimos un ruido raro en el coche y tras pararlo sin muchas dificultades nos damos cuenta de que habíamos pinchado la rueda trasera. Chungo! Un Sol de justicia, a ciento cincuenta kilómetros de cualquier gasolinera y en medio del desierto de Namib en Skeleton Coast. Hartos del coche, nos ponemos a cambiar la rueda. El coche sin manual de mantenimiento, así que tuvimos que poner todas las ganas, ingenio y fuerzas para cambiar la rueda de un todoterreno, que pesa lo que no os quiero contar. Después de examinar dónde poner el gato, y de cambiar la rueda, nos pusimos de nuevo en marcha. El agujero que había en la rueda era de espanto, y gracias a Dios y a los ingenieros que diseñan y construyen esas ruedas, éstas tienen una estructura metálica que impide que la rueda reviente. Si hubiera reventado hubiéramos tenido que dejar la historia aquí.

Hay otros "lugares de interés" en la costa como un antiguo pozo de petróleo y una mina de diamentes abandonada (Toscanini), pero sólo tuvimos fuerzas y ganas para ver el primero. La segunda nos venía grande. Demasiados nervios con el coche, pues en esta época y en esta región no pasan muchos coches, y podíamos haber estado mucho tiempo hasta haber recibido ayuda. Y esto te hace pensar y reflexionar sobre la suerte que tenemos aquí en Europa, en que haces una llamada con el móvil y ahí tienes un montón de gente que te ayuda, te socorre o simplemente te cambia una rueda. Allí no. Allí, o cuentas contigo, o mejor buscarse otras aventuras.

De nuevo en camino hacia Sprinbok Gate. Hasta allí llegamos, no sin antes encontrarnos con arena en la carretera. Y allí estaba el guarda, más solo que la una, y que nos pedía por favor unos litros de gasolina para alguna máquina. Intentamos sacarla del depósito, pero fue imposible debido al filtro que tienen estos vehículos. Así que nada, dirección: Khorixas, que según quien lo pronuncie suena de una manera u otra "korijas", "jorixas". Khorixas.

En el camino nos encontrábamos con gente que hacía autostop, así que paramos a unos cincuenta kilómetros de nuestro destino y subimos a un pastor, que iba a la ciudad a hacer de guía para turistas. Estuvimos hablando cada uno en su inglés de Burgos, sobre cosas de Namibia: el trabajo, la familia, el dinero, vamos lo que nos afecta más directamente a cada uno en su país. Una conversación constructiva y muy interesante. Allí suelen tener bastantes hijos. Este señor tenía mujer, tres hijos e iba a por el cuarto, y vivía de sus diez cabras y un trozo de terreno en el que plantaba vegetales autóctonos, cuyos nombres eran impronunciables.

Y después de todo el día de coche y de unos casi 400 km. llegamos al Rest Camp de Khorixas. Nos estaban esperando. Pensábamos que por el precio sería un sitio lujoso, después de haber salido del Beach Lodge, pero nos sorprendió lo cutre que era respecto a lo caro. Las doce mil pesetas la noche,no se justificaban ni por el sitio, ni por el trato de los empleados del establecimiento, del Estado, por cierto. En el mismo momento en que entramos decidimos que sólo nos quedaríamos una noche.

País de contrastes.