Día 2
Domingo, 28 de Junio de 1998
Olesa de Montserrat - Igualada

Paso por Montserrat

No hay nada como dormir bien y que te levanten con un buen tazón de café para darte cuenta de que la vida es maravillosa cuando la sonríes. Mario, nuestro salvador, se había levantado a las seis de la mañana para despertarnos y darnos el desayuno. Seguramente no habría dormido mucho esa noche y tuvo el valor de alegrarnos el día. Anita subiendo a Montserrat
Hoy nuestra intención era llegar a Igualada, pasando antes por Montserrat. Queríamos ver a uno de los monjes, que había hecho también el Camino desde Montserrat, y que nos dió la idea de hacerlo desde Barcelona. Por desgracia no estaba, pero otro monje que estaba allí, sí que iba a darnos una alegría: también era peregrino! Él hacía el Camino por partes, y este año lo acababa, ¡el mismo día que nosotros! Nos explicó algunas curiosidades del Camino que no tardamos en olvidar, es importante tener el pensamiento libre para experimentar lo nuevo.
José Luis en Montserrat Sellamos en la Abadía y nos fuimos a comer. Llegamos a eso de las tres de la tarde con un calor infernal a una urbanización, Montserrat Park, donde tardamos en encontrar un restaurante que indicaba la guía.

Una vez comimos y descansamos, y dejamos pasar el terrible calor de las tardes de verano, continuamos nuestro camino hacia Igualada.
Las conversaciones en el Camino surgen como los silencios. Los silencios son ricos si aprendes a vivirlos y aprovecharlos para pensar, para reflexionar. Durante muchas horas caminando tienes la oportunidad de darte esos silencios, que son parte de la vivencia del Camino.
José Luis llegando a Castellolí Al llegar a Igualada, y una vez sellados en la parroquia, fuimos en busca de alojamiento. El único que nos dijeron que había era el Hotel América, que está en la carretera. Pero un guardia urbano que se nos cruzó, nos indicó donde se encontraba una residencia donde alquilaban habitaciones. ¿Coincidencia? No existen las coincidencias...
Allí nos esperaba una cena de pizzeria, una maravillosa y reparadora ducha, y una camita para que pudiéramos descansar y estar preparados para el día siguiente.
Llevábamos cerca de ochenta kilómetros a nuestras espaldas, y la verdad es que habíamos tenido suerte, pues las dos noches las habíamos pasado bajo techo, lo que nadie nos había podido asegurar antes, y tampoco os aseguraría yo ahora. Siempre es recomendable llevarse un saco de dormir cómodo y ligerito para si en algún momento dado te toca dormir al raso. Quizá fue porque estábamos preparados para este tipo de acontecimientos la razón por la que tuvimos suerte.