Nos levantamos no
muy pronto, allá a las seis y algo. Sin prisa.
Hacía buen día, con lo cual realmente no hacía
falta correr, sino más bien disfrutar.
Desayunamos después de meter lo más
imprescindible en las mochilas de ataque.
Desayuno hiper-nutritivo a base de leche con
Cola-Cao y cereales. Buenísimo. La leche en
polvo, por supuesto.
Ya estábamos en la onda,
dispuestos a conquistar el objetivo propuesto
desde hacía más de un año. Empezamos
tranquilamente a subir, sabíamos que no
teníamos que perdernos en la primera parte del
camino, que era atravesar en diagonal una
tartera, pero caimos en el error. En mitad de la
tartera el camino se pierde, y te despistas un
poco bastante, y tardamos bastante rato en
reencontrar el camino correcto. Ese tiempo que
pierdes buscando de nuevo el camino, después
cuesta de recuperar psicológicamente, y lo pasas
realmente mal durante un rato. Piensas en cuán
tonto has sido teniendo el camino a tu alcance de
forma tan evidente, y te acuerdas de que el
esfuerzo que has hecho quizá puedas notarlo al
cabo de un tiempo, o el mismo día. Pero nuestra
ilusión por conquistar el Toubkal podía más
que cualquier otro elemento, y nuestros pies
continuaron hacia arriba después de una breve
parada, en la que nos encontramos a cuatro
catalanes que habían subido directamente desde Imlil.
Bebimos un poco de agua, cuatro risas y para
arriba. Cada cierto tiempo teníamos que parar
para echar un trago de agua con Tang y un
cigarrito, como mandan los cánones. Y seguíamos
subiendo, veíamos a los catalanes que empujados
por una fuerza, a mi modo de ver demoníaca
subían y subían sin echar una miradita atrás,
y es que no hay como ir con prisa.
Disfrutábamos del
paisaje y de las bromas más o menos pesadas que
se le gastaban a Sara por su
condición femenina, y es que la pobre estaba en
inferioridad de condiciones, pero eso sí, de
"buen rollo". Y seguíamos subiendo, y
nos hacíamos fotos de aquí y de allá. Cuando
quedaba menos de un cuarto de hora para la cima,
yo me adelanté, tenía fuerzas suficientes y me
dije a mi mismo, vamos allá. Empecé a caminar
más deprisa y me iba alejando de mis
compañeros. Me gusta ir en grupo, pero reconozco
que hay momentos que me gusta disfrutarlos en
soledad, y son esos momentos en que hay un cierto
esfuerzo que tienes que realizar, y me gusta
notar como reacciona mi cuerpo, las sensaciones
que tengo, sin que haya nada que pueda intervenir
en ese momento. Y cuando llega el último
repechón me gusta pegar un tirón y llegar
primero, con las pulsaciones en alto, y no tanto
por el esfuerzo sino por la emoción de coronar
el primer cuatromil de mi pequeña historia en la
montaña. Disfruté en el momento en que vi el
mamotreto que corona la cima del Djebel
Toubkal, una especie de pirámide de
hierro de unos tres metros de altura. Me medio
reprimí un grito de alegría, ya lo tenía
allí. Saqué una foto desde allí para recordar
el momento, y ya entonces me dediqué a disfrutar
de la sensación de triunfo.
Cuando llegué al
mamotreto nos estaban esperando los cuatro
catalanes y Pedro, un chaval de Vitoria,
con el que compartimos el viaje de bajada al
refugio. La alegría no la podía contener, y
empecé las salutaciones y los gritos de
alegría. Al cabo de un momento, David,
Carles y Sara
llegaban a la cima. La alegría nos desbordaba,
abrazos, besos, gritos, aullidos bereberes, de
todo hubo para celebrar el triunfo. Fue genial.
Los compañeros de cima no lo entendían y
alucinaban con el espectáculo que les brindamos.
Después vino la larga sesión fotográfica.
Fotos y más fotos, de aquí y de allá, juntos y
separados. Fotos por un tubo.
Y cuando nos cansamos de recorrer la cima, y yo
de intentar llamar por el móvil desde lo más
alto de la cima, entonces nos dejamos caer y nos
pusimos a comer, nosotros cuatro y Pedro.
Comentamos la jugada, y como estábamos en el
lugar adecuado empezamos a hablar, como no, de
montaña. Y así nos estuvimos como una hora,
disfrutando de la sensación de estar a más de
cuatromil metros de altura, que aunque haya gente
que sí que pueda sentir sensación de mareo por
la falta de oxígeno, nosotros en particular no
la notamos, pudiera ser que la euforia apagase
cualquier otra sensación que no fuera la
alegría y la sensación de haber conquistado
nuestro objetivo.
Empezó a surgir
la idea de bajarnos al refugio, pero no teníamos
prisa por hacerlo, y decidimos bajar por un valle
diferente al que habíamos subido. El camino fue
bastante más largo, pero es bonito ver otras
partes de la montaña, no siempre la misma. Por
el camino vimos los restos de un avión que se
había estrellado allí unos veinte años antes.
Los pilotos del aparato siniestrado estaban
enterrados en el camino. Nosotros nos enteramos
después, cuando se lo preguntamos a Hassan.
La bajada fue dura
y trajo sus consecuencias, la primera el
cansancio, y la agonía de que parecía que nunca
íbamos a llegar. Pero Carles y Sara,
sufrieron un poco más de la cuenta. Carles
padeció un uñero que cada día iba a peor, y Sara
quedó bastante debilitada a causa de su diarrea,
que ya acarreaba desde hacía bastantes días.
Y
llegamos con unas ganas locas de descansar y de
estar tranquilos, pero teníamos que comer, era
prioritario. Y mientras preparábamos la comida a
base de arroz hervido y unas latas de
albóndigas, entablamos conversación con unas
chicas que venían con un grupo de escoltas. Nos
reímos bastante con ellas y también del
fundador de los escoltas. Comimos y mientras Carles
y Sara descansaban, David
y yo nos fuimos a dar un paseo y entablamos otra
conversación con dos hermanos valencianos. Uno
de ellos era la catorceava vez que venía a
Marruecos. Un auténtico enamorado. Un viajero
nato que nos dió un par de buenas ideas para
montarte buenas expediciones al extranjero.
Había recorrido medio mundo y es hombre estaba
versado en el tema. Le preguntamos por cómo
habían visto el camino al Timesguida
y al Ouanoukrim. Nos dijeron que
muy bien, que sin problema, y que además
disfrutaríamos de una sensación que no
habíamos sentido en el Toubkal, la soledad. El
Toubkal es el objetivo de todos, pero los demás
picos son sólo alcanzados por los que realmente
vienen a hacer montaña. Y además tenían un
poco más de dificultad. Mejor, un poco más de
diversión no venía nada mal.
Nos pusimos a
cenar y sacamos el tema de subir a los tres picos
el día siguiente, intentando convencer a Sara
para que nos fuéramos los tres, ya que Carles
estaba realmente fastidiado del uñero, pues
tenía el dedo bastante hinchado, y era mejor que
descansase un día de cara al viaje de vuelta a Imlil.
Sara no lo tenía claro, y nos
lo diría al día siguiente cuando nos
levantásemos.
Cómo no, después
de cenar el cigarrito antes de irse a dormir. El
frío era tremendo, pero el espectáculo de las
estrellas merecía un rato fuera del calor del
refugio. Qué maravilla, no se puede comparar la
cantidad de estrellas con las que podamos ver
aquí en España. Tenemos más mierda en el aire.
Desde luego que si alguna vez tenéis la
oportunidad de ir allí, no dudéis un segundo en
ir a hacer el Toubkal y, disponiendo de un saco
bueno, dormir en la cima disfrutando de un
espectáculo para privilegiados.
Nos tenemos que ir
a dormir que mañana hay otra dura jornada de
montaña. Mañana caen tres más.
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