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Nada más llegar a Bali un poquito de mal rollo:
en Indonesia hay pena de muerte para los traficantes
de armas y de drogas. Nosotros no lo somos, pero no será el primer
caso de que alguien te mete un paquete de "nosequé" en la bolsa y te
pillan a ti. Pero bueno, nada más que eso. Cuando llegamos y pasamos
todos los controles necesarios para entrar en el país, una hora y
media o más, allí nos esperan para trasladarnos al hotel. Estamos
cansados, acalorados, pues en Bali hace el mismo calor que en
Bangkok, está aún más al Sur, pero sin contaminación.
Llegamos al hotel, y entre el calor, el cansancio y la nocturnidad,
nos hicimos un lío con el cambio, con lo cual pensamos que la cena que
nos estaban sirviendo en el restaurante del Hotel Puri
Santriam, era una auténtica clavada. No hay cosa peor que no
tener la cabeza clara.
Al día siquiente, cuando fuimos a cambiar dinero, nos cambió
también la cara. Realmente Bali es un sitio barato incluso para los
españoles, que andamos siempre un poco jodidos con los precios
europeos. El cambio estaba a unas 10.000 rupias un US$ (dólar
americano). En resumidas cuentas, que por menos de 500 pesetas por
persona podías comer en un restaurante.
Así que a disfrutar! Lo primero que hicimos fue alquilar un coche
con chófer, y no es que nos las quisiéramos dar de qué se yo, si no
que allí las carreteras no tienen señalización, por lo que mejor que
te lleve alguien que sepa, y además teniendo en cuenta que lo pudimos
dejar en 35 dólares (coche y conductor) por día. Allí por supuesto que
tienes que regatear todo, incluso los precios
escritos. No hay que tener piedad, aunque te parezca barato, todavía
lo puede ser más, y no tengas miedo, pues ellos no te venderán
una cosa con la que no se van a ganar bien la vida.
Al día siguiente nos llevó Made, nuestro guía
hasta Kintamani. Ellos ya tienen sus rutas habituales, sus paradas y
demás, con lo que es muy probable que te lleven a sitios que tú no has
pedido. Eso nos pasó, que nos llevaron a ver las Danzas Barong
, que es algo muy típico de Bali, aunque
algo que no nos interesaba mucho.
Más tarde el recorrido nos llevó por pueblos que se dedicaban al
bambú, a la madera, a esculturas en piedra. Otro puesto de orfebres en
plata. Todas las variedades de arte. Paramos a comer en
Kintamani en frente del volcán, que todavía está humeante,
aunque no está en erupción. Allí es el único sitio de todo
Bali donde los vendedores te agobian un poco.
De regreso pasamos por Ubud, que es el pueblo de pintores, no sólo
locales, sino también extranjeros.
Por la noche cena para celebrar mi treinta cumpleaños, y es que
esto no se hace todos los días.
Al día siguiente tocaba descanso y visita a Kuta,
el paraíso surfero, que para nosostros no mereció mucho la pena, pues
había mucho personal, y bastante gente ofreciendo todo tipo de drogas.
El sábado queríamos recorrer mucho. Bali es una
isla pequeña, aunque las carreteras y el tráfico hacen que para
recorrer apenas cuarenta kilómetros te tengas que armar de paciencia.
Habíamos quedado a las doce del mediodía. Fuimos a Besakih
, a algo más de 40 kilómetros, y tardamos casi tres horas
entre pitos y flautas.
Allí en el templo para entrar hasta cierto sitio tienes que ir
"acompañado" por un guía, el cual se presenta como un "guardián del
templo", y al cual hay que regatear sus servicios. Por un dólar te da
una vuelta completa con explicación. Pensad que un balinés
tiene un sueldo medio de unas 3000 pesetas, es decir, menos de 20 dólares, o sea, que se ganan bien la vida con el
turismo.
De Besakih quisimos llegar a Tanah Lot
, un templo que está en un islote en la parte sur de la isla.
Pero por mucho que se apuró Madé, no nos dió tiempo a
sacar alguna foto buena de la puesta de Sol.
El domingo rafting. Allí en Bali
está muy bien montado para practicar esta actividad. Muy bien
organizado, un río muy guapo y con aguas bravas, un paisaje
increíble, y buenos guías, profesionales y con oficio, como dirían los
taurinos. Lástima que a nosotros nos tocase el más idiota. Un tío
histérico, que no tenía ni puta idea de lo que es hacer rafting, y que
no hacía que fuera divertido. En fín, que menos mal a todo lo demás,
que si no no podríamos hablar bien de esto.
Y el lunes por la mañanita de nuevo al aeropuerto para dirigirnos a
Singapur. Un par de horitas de vuelo y ya estábamos
en la isla de la tecnología.
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